24/12/08

Presentación de una investigación acerca de átomos e individuos

Estas entradas y juegos de aquí acerca de esa cosa maldita de la persona, vienen al caso de una pequeña investigación que nos traemos -hace tiempo propuesta por un buen amigo- de esas que pueden ser útiles (frente a la basura habitual) dedicada al apasionante salto de la palabra latina indiuiduum desde querer referirse al átomo “material” hasta referirse a lo que quiere referirse hoy: al átomo social, al individuo personal o a la persona individual.

Hace ya tiempo que para denunciar la falsa división entre una realidad física o inhumana y otra social o personal, solíamos decir aquello de que “dondequiera que haya un átomo, allí estoy yo”; lo que debe entenderse con esta precisión: suponemos que el término indiuiduum es el que se usó primero, ya en Cicerón al menos, para traducir el átomos griego y sólo luego pasó a usarse para los átomos sociales, si bien en uno y otro uso deslizándose del significado negativo de partícula última o elemental: ‘indivisible’, al positivo de ‘uno’ o de ‘ente unitario’. ‘Un átomo’ alude por lo tanto y debidamente a la doble y contraria condición que el individuo o el átomo requieren para ser reales, la de ser uno (único, singular, distinto de cualquier otro, irrepetible) y la de ser uno de tantos, es decir, pertenecer a una clase de cosas en que todas, aunque diferente y singular cada una de ellas, son también la misma.

La sola diferencia entre unos y otros individuos sería que los personales señalan su condición singular por la istitución del Nombre Propio, y, en cambio, los átomos físicos no parecen conocer esa istitución.

Y es el caso que, como a veces sucede, en contra de su vocación de servicio al Orden, la investigación científica misma no puede menos de dar en el descubrimiento de la trama: así, la desintegración del átomo, no ya del átomo tradicional, que quedó debidamente desintegrado hace un siglo, sino cualquier tipo sucesor de 'átomo', de ‘indivisible’ o ‘elemento primario’, como un ‘electrón’ u otro ‘corpúsculo’, que arrostra por fuerza el descubrimiento de su contradicción, al tener que ser alternativamente ‘onda’ y ‘partícula’, ‘continuo’ y ‘discontinuo’, hasta el ‘quantum de luz’ o ‘fotón', que por lo mismo ha de venir a bailar en la duda de si estar en un sitio o estar en dos a la vez, con riesgo de su entidad o identidad misma, es un proceso lógico (de lógica invadiendo la realidad) que debería llevar a descubrir y declarar lo que aquí estoy declarando; y, pasando al individuo o átomo personal, es claro que con la desintegración física se corresponde, en un cierto paralelo y hasta contemporaneidad, el psico-análisis o técnica de disolución del alma, que, al revelarle a uno los componentes, contradictorios, de su persona, viene a descubrir, al menos por un vislumbre (mientras no se interpreta y domestica a lo realista y hasta terapéutico), lo falso (por su pretensión misma de verdadero) de la realidad individual.


Es la cosa por tanto el investigar esactamente cuándo la palabra ‘individuo’ empieza a querer decir individuos personales y quién tuvo esa ocurrencia. Tuvo que ser en los siglos del Imperio, allá por el III quizás, porque entre los antiguos esta palabra individuum, en neutro, se emplea para traducción de átomos. Y además, estudiar cómo pudo darse ese salto milagroso. Podemos pensar que esa trampa o error en el cambio de uso y significado de la palabra y su idea consistió en que a lo que se equiparaba la ‘cosa’ de los físicos era, en sociedad humana, al ‘conjunto’ (o ‘masa’), de la cual el individuo personal solamente se deducía como componente último, o quizás porque aquello del Nombre Propio de Persona que en la Lógica escolar servía para Género Último (o Primero, según se mire) se había oscuramente, saltando de la Lógica a la Física, equiparado con el ser que era la verdad última de la Realidad.

Es, en efecto, un salto apasionante, el que debió darse allá por la alta edad media y que nos vuelve a traer, (con seguridad entreverado y en directa conexión con la cuestión de ‘persona’) la ocasión de razonar cómo repercute en uno, en el individuo personal, lo que se va descubriendo para las 'cosas' o realidad física y sus “átomos”. Asombra en verdad que tantos siglos de Filosofía o Ciencia le hayan prestado tan escasa atención al asunto, si alguna, seguramente por sentirlo como una de esas cosas tan evidentes y triviales que más vale no hablar de ellas.


Vamos, pués, nosotros a ello. Trataré en la medida de lo posible de ir dando cuenta de mis evoluciones en la investigación para lo que pueda servir y por esperar también sugerencias o comentarios ya desde lo más general del planteamiento, hasta las minucias testuales o cualquier ocurrencia o ameno desviadero que pueda darnos juego en este camino que vamos haciendo.

1/11/08

Sobre 'Persona' con Goethe

Lo primero, un soneto de Goethe

Buch Suleika

Volk und Knecht und Überwinder,

Sie gestehn, zu jeder Zeit:

Höchstes Glück der Erdenkinder

Sei nur die Persönlichkeit.

Jedes Leben sei zu führen,

Wenn man sich nicht selbst vermißt;

Alles könne man verlieren,

Wenn man bliebe, was man ist.

 

Pueblo, siervo, y el Señor en su señorío,

siempre así lo han reconocido:

que para los sobreterraños no hay

mayor dicha que la Personalidad;

y cada vida, de vivirse sólo es digna,

si uno de sí no se extravía.

Que todo sin mengua podría uno perder,

si él quedara al menos tal cual es.

 

Hay algo en esa confianza de lo que nace en uno (y que no se sabe; sin saber siquiera que era eso de uno), en que hay ahí algo sagrado, que no me parece que nadie pueda cuestionar nunca del todo.

La verdad entra al poema sólo en cuanto no se sepa qué es. Pero es cierto que ahí ese espantajo de “personalidad”, habría que ver cómo estaba en uso en la época, y por qué lo sacude ante nuestra mirada atónita Goethe como el digno representante de eso que “intimidad” me parece a mí algo mejor, y a lo que apunta.

Acaso “persona” (particularidad, individuo: en el sentido de no ordenado por ninguna idea o noción, como parece que se presenta en Aristóteles: la sustancia primera sobre la que cae la primera predicación, que lo convertirá en sustancia 2ª: eidos, especie; el sitio no genérico o sin determinación o predicación previa alguna; un individuo del que no podría haber ciencia; una especie de coágulo de pre-esencia cuya única virtud era estar ahí para que se diga de él después). No sé si entiendes lo que quiero decir. Que hay que ver de traducir algo de la verdad que ahí aliente, y enmendarle la plana al mismo Goethe. O si no, abandonar el poema; que ya habrá mejores y más dignos de atención.




Más sobre 'Persona' y Goethe


En el mismo libro de Goethe y muy cerca de ese acerca de la personalidad, hay otro que me gustaba mucho, y que puede hacer de contrapunto al mismo (y no el mismo) Goethe. Es un poema dedicado al Gingko biloba; que ya sabéis qué hojas tiene, como bipartidas y en abanico, tan bonitas; y que es una planta de esas, dióicas (un pie másculino y otro femenino; cada uno con un tipo de flores unisex). Uno de esos árboles exóticos del Asia Oriental (China, Japón, etc), y una reliquia para los biólogos. Os lo cuento, porque algunas de estas cosas están en juego ahí en el poema.


Y os doy mi traducción, quizás algo más digna que la otra.

Gingko biloba



Dieses Baums Blatt, der von Osten
Meinem Garten anvertraut,
Gibt geheimen Sinn zu kosten,
Wie's den Wissenden erbaut.
 
Ist es ein lebendig Wesen,
Das sich in sich selbst getrennt?
Sind es zwei, die sich erlesen,
Daß man sie als eines kennt?
 
Solche Fragen zu erwidern,
Fand ich wohl den rechten Sinn:
Fühlst du nicht an meinen Liedern,
Daß ich eins und doppelt bin?
 
 
 


De este árbol la hoja, que a mi jardín

desde el oriente se confía,
da a probar un secreto sentido
como el que al sabio conforta.
 
¿Es una criatura viva
que a sí en dos se ha dividido?
¿O son dos que se reúnen
y que, cual uno, nos son conocidos?
 
Responder tales preguntas
me pareció lo más sensato.
¿No sientes tú en mis poemas

que soy uno, y doble, sin embargo?

 


20/10/08

Mairena contra el Tiempo

XXXV (Diálogo de Juan de Mairena)

—Nuestras inquietudes están, al parecer, dispuestas en nuestra alma como las balas de un rifle. Hay una, siempre, la que más nos preocupa, en el disparador, y otras que irán ocu­pando su lugar sucesiva y automáticamente. Para los hombres de acción no hay, prácticamente, más que una: la que está dis­puesta a dispararse. Los hombres reflexivos tienen una vaga conciencia de toda la serie, una serie acaso inagotable.

—Sí, dice V. bien, una serie inagotable; por lo menos que no se agota mientras vive el hombre. Pero no hablemos de in­quietudes en serie: son infinitas, como el tiempo mismo, sino de la angustia por no poder dispararlas todas de una vez. ¿Us­ted no ha reparado en lo terrible que es aguardar a que las co­sas lleguen o a que se hagan? Los que, humanitariamente, han logrado suprimir o acortar la capilla de los condenados a pena capital, comprendían muy bien que obligar a un hombre a es­perar la muerte es más cruel que matarlo. Es el tiempo, el tiempo lo que nos mata, y el tiempo es la espera. Esperar a morir, aguardar la cocción de un huevo, la disolución de un panal en el agua. Entre un hecho y otro hay un intervalo va­cío, o que lo parece, y ése es el que nos mata.

—Tiempo vacío, dice Vd., pero... ¿hay tiempo vacío?

—Lo hay, prácticamente, para el hombre: el hombre es el gran vaciador del tiempo. Cuando esperamos algo vaciamos el tiempo, nos desentendemos, nos inhibimos, desentendemos a cuanto pasa antes de lo esperado, quisiéramos saltar sobre ello, lo colocamos entre paréntesis ¡qué sé yo! Pero el tiempo mismo nunca puede ser eliminado. A veces nos encontramos a solas con él; entonces nos silban los oídos y nos parece que oí­mos la melodía infinita del tiempo. Esto pensaba yo cuando era niño, encerrado, por alguna diablura, en un cuarto oscuro, mientras esperaba a que abriesen la puerta.


XXXVI Canciones de Mairena


El niño está en el cuarto escuro

donde su madre lo encerró;

es el poeta puro

que canta: ¡el tiempo, el tiempo y yo!

(continuará)


XXXVII

En efecto, Juan de Mairena hubiera definido la poesía pura como aquella en que dialogan el hombre y su tiempo. Un hom­bre de todos los tiempos, con el tiempo de un hombre igual, a todos los hombres.

Recortes sobre el tiempo

El tiempo de verdad, que es un tiempo que no se sabe lo que es, que, por ejemplo, no tiene ninguna cosa de esas de pasados ni futuros, ni tiene una flecha que tire para la izquierda y otra que tire para la derecha, sino que, al no tener más que un sentido, este sentido en el que ahora mismo nos estamos hundiendo, no tiene ninguno. Ese tiempo de verdad, por este afán de saber, de concebir, se va convirtiendo en el tiempo que ustedes manejan o que les maneja a ustedes, en el tiempo de la Banca y de la Ciencia, un tiempo que se sabe, un tiempo que efectivamente tiene ya sus dos flechas, tiene pasado y futuro, y, si nos apuran, pues hay en el medio un puntito que es el presente, enfín, toda la fantasmagoría bien poco graciosa de que tienen ustedes llenan las cabezas si se descuidan y no las liberan de vez en cuando respecto a esto del tiempo. Esto que se dice en general, se dice también respecto a los casos de la vida: la función de la poesía parte de una no resignación a la condena al tiempo real, va contra él, trata de descubrir su mentira. En ese sentido la poesía se sitúa en cierto modo en el umbral de los dos mundos, donde tenemos que imaginar a Orfeo en el momento del fracaso, cuando está a punto de arrastrar afuera a Eurídica y todavía él mismo no ha salido y vuelve la cara.

Sobre mairena y el Tiempo 1

Vivimos una época donde la vida social nos encierra como a niños en un cuarto oscuro para hacernos caer en el hechizo del tiempo vacío, el tiempo de la promesa y su destino. Vivimos pendientes de nuestras expectativas, las ideas de futuro a que encomendamos la vida.
La tiranía ha descubierto que este es el modo de regir las vidas, de domeñarlas: tenderles un tiempo futuro. Las ventajas de esta forma de Idiocracia sobre las otras formas de dominación consisten básicamente en este hecho: son mis ideas propias, mis expectativas, mi idea de mi vida, mis planes para mi, las que me tienden las redes, las que me encierran en su círculo, y las aliadas del régimen que planea la vida general (Política) de todos.
El corolario que se desprende no puede ser más claro: no hay rebelión de verdad si no es contra mi fatum, contra mi destino; no hay rebelión contra la muerte (que se presenta así en su forma verdadera como cumplimiento, acabamiento mediante planes y propósitos) si no es contra mis planes, contra mis ideas. No hay rebelión si no hay guerra a las ideas. Y las primeras de todas que han de caer, son las propias; aquellas que son el fermento de mis convicciones.

20/9/08

Hechos de Saber - 1

Hechos son los hechos, los pasados; y sin embargo, hay en la presencia, evocación, recuerdo de las cosas o de los hechos pasados, algo que no son meramente los hechos tal como los puede registrar una historia, un memorial burocrático, un recuento bancario; sino que, junto con los hechos que resucitan, que se recuerdan, incluso en contra de ellos pero entre ellos, se escurre algo más, rezuma algo más. Y es a ese 'algo más' que rezuma por entre los hechos a lo que tenemos que atribuir la sensación de que alguna vez se vive, de que alguna vez se da algo bueno. Solamente a eso, porque los hechos que la Banca, el Estado, el diario personal de cada uno registra, esos están muertos.

Esta es una condición del saber: Realidad es lo que se sabe. Y una condición del saber es que los hechos que se saben estén muertos, si no, no hay quien los sepa. Una condición del saber es que las cosas que se saben estén muertas. Supongo que no hay que razonarlo mucho. ¿Qué tipo de saber, qué tipo de ciencia puede agarrar a una cosa que no esté muerta? Si lo intentara -como lo intenta, de vez en cuando-, evidentemente, igual que un bichejo que no ha muerto del todo, se le rebullirá entre los dedos y le acarreará toda clase de trastornos y habrá de renunciar a la pretensión de haberlos asido, de haberlos captado, de haberlos sabido.

De manera que es así: la Realidad está, en cuanto sabida, hecha de cosas muertas. No se saben, no se conocen más que los muertos. Y si se quiere saltar de las cosas en general a las personas no hay inconveniente, pasa lo mismo. Solo a un muerto perfectamente muerto se le conoce. Si no está perfectamente muerto se le escurre al saber por todas partes, por todas las rendijas, precisamente por eso de que no está muerto todavía.

De manera que, si se puede dar eso de que entre los hechos de la Historia, entre los hechos registrados, se escurra, rezume algo que no son los hechos, que incluso los trastorna y desfigura, es gracias a que las cosas siendo cosas, elementos de la Realidad como son, sin embargo, nunca están cerradas, nunca están bien hechas del todo (las Cosas o entre las Cosas, nosotros, las personas, no hace falta distinguir), por lo mismo, de que la Realidad no es un Todo.