21/11/10

A vueltas con cuestiones sofísticas


No debemos tomar como trivial, sino profundizar en esta maravilla de que el hablar, el razonar, una vez que llega al descubrimiento de la no verdad, al descubrimiento de la falsedad, no se para, no calla, sino que pasa a hacer otras cosas, como, por ejemplo, ganarse la vida los sofistas con la práctica de ella, o, de una manera más noble, con el paso a la práctica, a lo político.

En resumen, el descubrimiento de la no verdad lo que implica y arrastra es aquello que decían los marxistas: el paso a la praxis. Recuerdo la figura de Marx intencionadamente: esta repetición de la historia de la muerte de la posibilidad de una filosofía que trae consigo una actitud como la de Marx consistente en el paso a la praxis es la que quería hacer notar para los sofistas antiguos, pero no sin pararme en el mejor de ellos, en el sentido que precisaré, y por lo tanto el último, en ese sentido: Sócrates. Es uno de ellos. Eso es evidente por lo que de él podemos saber. Las diferencias con la generalidad de los sofistas, es decir, el no viajar de ciudad en ciudad y el no cobrar dinero, son evidentemente, por parte de Sócrates, diferencias considerables, que tienen su importancia, pero que de ninguna manera pueden servir para eximirlo de la compañía ni de la clase: él es uno entre ellos de una manera evidente. Es el mejor –digo- en el sentido de que el proceso que acabo de presentaros de una manera más bien pintoresca, a brochazos, se purifica. El paso de la razón se hace más o del todo honrado o despiadado. El paso desde la formulación del problema insoluble hasta la praxis. “Me distingo de los demás hombres” –por seguirle en la formulación de la Apología de Platón- “en que, mientras al igual que todos ellos, no sé -ni del más allá, ni de la realidad-, asimismo tampoco creo saberlo”. Esa es la proclamación de su distinción respecto a la actitud normal. Y ya sabéis cuál es la actitud socrática por escelencia: la demostración de que nadie hace mal sabiendo que hace mal. Si os fijáis un poco en estas formulaciones que muy brevemente os presento como representando a Sócrates, os daréis cuenta un poco mejor de aquello que os decía del paso a la praxis: es preciso que la razón, en su proceso, llegue a descubrir que el razonamiento no lleva a la verdad, no concluya en verdad. Porque es que la razón, por lo bajo, se ha dado cuenta de que son las verdades -sostenidas como tales, las razones que cada uno tiene, etc. etc.- el solo fundamento y motor de la desgracia, la miseria, la esclavitud y de todos los males. Sin ellas, no se concebiría siquiera miseria, esclavitud, tristeza: mal. Una vez que la razón por lo bajo reconoce esto, entonces está claro que es el descubrimiento de la mentira de las verdades sostenidas como tales lo que puede llevar a dar de esa manera precisa el paso a otra manera de uso, o más bien de acción, de actividad de la razón. Es decir: pasar de la situación en que se cree que la razón es para llegar a un saber de la verdad, pasar de ese camino al ‘sin-camino’ –tendríamos que decir- en que la razón descubre que por ello miso, por la destrucción de las ilusiones de verdad, la razón se vuelva acción. Esto es mucho mejor decirlo así que decir “paso a la praxis”. La razón se vuelve acción.

Y resumiéndolo otra vez: que la condición para que la razón sea acción es que previamente se dedique a destruir la pretensión de verdad de todas las verdades. De forma que no puedo decir más claramente lo que me parece esencial en la actitud sofística –incluida la de Sócrates- que es esta ligazón: es preciso que la razón se dedique incansablemente al descubrimiento de la no verdad de las verdades para que de esa manera la razón venga a convertirse por ello mismo en una especie de acción.