25/9/13

"La sal de la tierra". Sobre la siempre posible falta de destino

Aquí mismo, donde pongo estas letras, metidos yo y vosotros que leeis en este rincón de la Sociedad del Bienestar, estamos en una situación paradójica: yo os hablo contra ello, contra el propio tinglado este, y vosotros, ya antes de llegar aquí, estabais, como es evidente por vuestras palabras, pensando y sintiendo contra ello, contra esta invasión de la cultura única. Esto –ya veis- lo hacemos gracias a que seguimos heredando por acá abajo, de vez en cuando, una capacidad antigua para volvernos contra uno mismo, para denunciar la mentira de uno mismo. Al mismo tiempo, estamos preparados para saber que esto es lo que en cualquier momento puede traducirse en una fuerza militar y económica incomparable con cualquiera otra. No hay por qué ocultárselo, así ha sucedido una y otra vez en la Historia, y así puede sucederen cualquier momento. ¿Qué es efectivamente lo que hace, en este momento, el inmenso poder del Estado del Bienestar, el que lo estiende por todas partes, el que hace jugar al globo entero en esta especie de ciclo económico cultural, representado por la red informática universal, lo que, hasta los últimos rincones que puedan quedar por ahí, lleva este ideal como una aspiración que se presenta como la única posible para cualquier resto de salvaje o de desconocido que por ahí quede? ¿Qué es lo que lo hace? Pues que seguimos siendo muchos los que somos capaces de sentir la mentira de esto y decirlo, con más o menos habilidades por donde podamos o nos dejen. Será triste, a lo mejor, pero fijaros bien: si la cultura se redujera solamente a la cultura oficial (es decir, la que ofrecen la televisión y la prensa sumisa, la Red esta misma y la inmensa mayoría de los libros, no sólo de novelistas sino de filósofos, científicos y demás) correría el terrible peligro de resultar tan aburrido, tan repetitivo, que no habría ya Dios que lo aguantara y, por tanto, perdería justamente su fuerza de imponerse. Es verdad que la gente, por desgracia, aguanta mucho: sigue viendo las mismas idioteces en la televisión todos los días, sigue comprándose un libro tras otro de gentes, de artistos o pensadores o poetos que les van a decir lo mismo. Pero se supone desde ahí arriba que no tanto, que si toda la cultura consistiera en lo que mayoritariamente consiste, que es en la imposición de la idiotez, en la imposición de la fe (la fe en el dinero, en el poder, en que la realidad es la realidad y ya no hay más), correría el peligro de no ser lo bastante eficaz. Entonces –ya veis- cosa tan triste: somos la sal de la tierra. Tiene que haber algunos que de verdad sintamos y de verdad pensemos un poco, de vez en cuando. Que a pesar de todo digamos cosas que intenten ser de verdad, por tanto, que inevitablemente sean una denuncia de la cultura impuesta. Seguimos habiendo muchos, bastantes, de los que no están del todo conformados, pues todavía nos permitimos seguir sintiendo algo de esa mentira y hasta diciéndola con más o menos habilidad. Por un lado, nos revolvemos contra esta imposición de la mentira universal, por otro lado estamos dentro de la cultura (aquí, por ejemplo en el feisbuk este de la Red poniendo ‘notas’), y al hacerle todo el mal que podemos, al denunciar lo más claramente su mentira, estamos haciéndole el mayor bien, dándole las mayores fuerzas, porque sólo gracias a eso puede evitar que la fe impuesta sea un aburrimiento: tiene que pensarse que hay ‘diversidad’.
El Estado del Bienestar, la forma más perfecta de sumisión del pueblo que conocemos, que es la democracia desarrollada, cuenta por supuesto con la diversidad. La cultural, sí, pero sobre todo, la diversidad de la cultura de cada uno de nosotros. Y este es el punto grave y del que quería avisarnos. No es sólo que se nos quiera hacer creer que hay una cultura tal y una cultura cuál, es que se nos quiere hacer creer que hay una cultura mía, tuya, de fulano y de mengano, es decir, que cada uno tiene (como ellos dicen, su ideología (que en definitiva es lo que los políticos suelen llamar opinión, la opinión personal). El régimen pesa sobre nosotros, mata al pueblo, sobre todo por este procedimiento: creer que cada uno sabe lo que sabe, tiene su cultura, tiene una opinión personal, tiene una fe y una creencia que le es propia y casi costitutiva. Sólo sobre esto puede mantenerse, porque si no, rápidamente se entiende que ni los supermercados, ni las votaciones de los políticos podrían funcionar. Esta es la diversidad con la que el régimen cuenta, pero dentro de esta diversidad está esta otra diversidad en la que os quiero hacer parar mientes: la diversidad que consiste no en una opinión personal entre las opiniones personales, sino en la subsistencia de algo común, de algo de pueblo que es capaz todavía de sentir y de denunciar la mentira de la Cultura y volverse en bloque sobre la mentira de la Cultura. Esto, desde luego, es una diversidad que no es como las otras. Ya no se trata de mi opinión. Yo no vengo aquí a opinar: no son más que sentimientos y recuerdos que me vienen de abajo. No se trata de opiniones: es una manifestación de que, a pesar de todo lo dicho, el régimen no ha llegado a una perfección totalmente cerrada, y quedan siempre resquebrajaduras y posibilidades de que podamos sentir y pensar un poco en común, no personalmente. Entonces, ¿qué pasa con esto que estamos haciendo, con esto que hago aquí escribiendo estas letras y poniéndolas aquí por si alguien lee? Pues esto: que se abre o bien un destino, o una falta de destino:
el destino es que aquello se convierta en una opinión personal ("¡hombre, las teorías o rabietas de fulanito!"). Entonces, la asimilación cultural es ya perfecta: aquello que había de más vivo, de más común, ha quedado inutilizado y asimilado a la cultura, y de esto es de lo que la cultura saca el principal poder.
Lo otro es la siempre posible falta de destino: que no quede, a pesar de todo, asimilado, y que siga efectivamente denunciando esta imposición universal de un modelo único de pensamiento y de sentimiento. O sea, la muerte de lo que pudieran querer decir y hacer esas dos palabras.
Así que a este juego es al que estamos jugando, y a esta situación paradójica nos arriesgamos, me arriesgo. Y yo siento que, cuanto más a sabiendas nos demos cuenta de cómo es este juego, de ambiguo y de peligroso, pues mejor… o, por lo menos, menos mal.

21/11/10

A vueltas con cuestiones sofísticas


No debemos tomar como trivial, sino profundizar en esta maravilla de que el hablar, el razonar, una vez que llega al descubrimiento de la no verdad, al descubrimiento de la falsedad, no se para, no calla, sino que pasa a hacer otras cosas, como, por ejemplo, ganarse la vida los sofistas con la práctica de ella, o, de una manera más noble, con el paso a la práctica, a lo político.

En resumen, el descubrimiento de la no verdad lo que implica y arrastra es aquello que decían los marxistas: el paso a la praxis. Recuerdo la figura de Marx intencionadamente: esta repetición de la historia de la muerte de la posibilidad de una filosofía que trae consigo una actitud como la de Marx consistente en el paso a la praxis es la que quería hacer notar para los sofistas antiguos, pero no sin pararme en el mejor de ellos, en el sentido que precisaré, y por lo tanto el último, en ese sentido: Sócrates. Es uno de ellos. Eso es evidente por lo que de él podemos saber. Las diferencias con la generalidad de los sofistas, es decir, el no viajar de ciudad en ciudad y el no cobrar dinero, son evidentemente, por parte de Sócrates, diferencias considerables, que tienen su importancia, pero que de ninguna manera pueden servir para eximirlo de la compañía ni de la clase: él es uno entre ellos de una manera evidente. Es el mejor –digo- en el sentido de que el proceso que acabo de presentaros de una manera más bien pintoresca, a brochazos, se purifica. El paso de la razón se hace más o del todo honrado o despiadado. El paso desde la formulación del problema insoluble hasta la praxis. “Me distingo de los demás hombres” –por seguirle en la formulación de la Apología de Platón- “en que, mientras al igual que todos ellos, no sé -ni del más allá, ni de la realidad-, asimismo tampoco creo saberlo”. Esa es la proclamación de su distinción respecto a la actitud normal. Y ya sabéis cuál es la actitud socrática por escelencia: la demostración de que nadie hace mal sabiendo que hace mal. Si os fijáis un poco en estas formulaciones que muy brevemente os presento como representando a Sócrates, os daréis cuenta un poco mejor de aquello que os decía del paso a la praxis: es preciso que la razón, en su proceso, llegue a descubrir que el razonamiento no lleva a la verdad, no concluya en verdad. Porque es que la razón, por lo bajo, se ha dado cuenta de que son las verdades -sostenidas como tales, las razones que cada uno tiene, etc. etc.- el solo fundamento y motor de la desgracia, la miseria, la esclavitud y de todos los males. Sin ellas, no se concebiría siquiera miseria, esclavitud, tristeza: mal. Una vez que la razón por lo bajo reconoce esto, entonces está claro que es el descubrimiento de la mentira de las verdades sostenidas como tales lo que puede llevar a dar de esa manera precisa el paso a otra manera de uso, o más bien de acción, de actividad de la razón. Es decir: pasar de la situación en que se cree que la razón es para llegar a un saber de la verdad, pasar de ese camino al ‘sin-camino’ –tendríamos que decir- en que la razón descubre que por ello miso, por la destrucción de las ilusiones de verdad, la razón se vuelva acción. Esto es mucho mejor decirlo así que decir “paso a la praxis”. La razón se vuelve acción.

Y resumiéndolo otra vez: que la condición para que la razón sea acción es que previamente se dedique a destruir la pretensión de verdad de todas las verdades. De forma que no puedo decir más claramente lo que me parece esencial en la actitud sofística –incluida la de Sócrates- que es esta ligazón: es preciso que la razón se dedique incansablemente al descubrimiento de la no verdad de las verdades para que de esa manera la razón venga a convertirse por ello mismo en una especie de acción.


6/11/10

Para estrañarse del Dinero y sus trabajos - 1

Si el dinero, según Augier, nace con manchas naturales
de sangre en una de sus caras, el capital viene al mundo
chorreando sangre y suciedad por todos los poros,
desde la cabeza a los pies.

Para estrañarse del Dinero y sus epifanías

He querido titular así estas reflexiones porque es lo mínimo que desearía que con ellas nos sucediera: un estrañamiento. Un estrañamiento de esa cosa de cosas que es el Dinero. Para ello, nada quizás mejor que volver a leer al abuelo Marx. 

Iremos poniendo aquí algo de los apuntes y ocurrencias que vayan haciéndosenos conforme el estrañamiento vaya dando - si los da- sus frutos.



7/10/10

Carta a los amigos rebeldes del Moviment del 25 en Barcelona


Posible destrucción. Sin alternativas
Caminante no hay camino
Se hace camino al andar


Para hacerlo, es por tanto condición el que no lo haya. Lo que nos une: esto de poder aquí hablarnos sin tener que sostener nuestra posición e ideas, esto de poder, a pesar de todo, intentar entender cada vez mejor lo que (nos) pasa, sin tener por ello que creer ni plantear u ofrecer ninguna “alternativa”, como dicen los bienpensantes señorones, por miedo a una crítica de verdad desmandada. Sin más. Por si acaso se puede. Porque a eso conviene no tenerle miedo: si uno ha llegado a sentir, en lo que le quede de común (que no es más que la mera negación de lo idiótico, particular o personal) la falsedad y el horror de la fe que se nos impone por todos lados, está claro que no puede ya tener ningún reparo frente a la negación y la destrucción.
Sentirá bien entonces que la destrucción, en ese sentido, era siempre una destrucción de la destrucción, una destrucción de la condena. Que aquello a lo que estamos condenados, esta Realidad (o llámesele como se quiera) es lo que de verdad mata, y que, por tanto, cuando se habla contra lo que mata, tal vez se está haciendo algo distinto, y, en todo caso, no se está colaborando a la matanza. No sabemos más que lo que nos hacen creer. Porque para este Régimen del Dinero se trata de creer, de sostener una fe, un saber, -no lo olvidemos- frente a la evidencia de que cualquier fe es para el sostenimiento de lo mismo, de uno, del Estado, porque –ay!- el primer (o último) artículo de fe del Régimen este que nos vive es “cree en tí mismo”:  si no, si dudas, quedas fuera del Reino. Hay otras dos leyes más, que rigen de verdad a la Administración y los Poderes: nunca ordenar ni proponer nada que pueda atentar al movimiento y crecimiento del Capital y, el otro, contar la mayoría por `todos ´; lo demás, por `nada´.
¿Haría falta que recuerde lo que la Persona como institución importa para el comercio, para el dinero, para el sostenimiento del Régimen este democrático bajo el que nos ha tocado vivir? ¿Es seguro que lo único que hay son las personas y sus creencias y opiniones? ¿No es claro que para pensar no hace falta más que echarse a hablar, caiga quien caiga, contra cualquiera de las ideas o instituciones que nos han puesto por delante? Pensar no es lo mismo que “hacerse ideas”. Algunos más bien pensamos o sospechamos que es justamente lo contrario.
Las posibilidades por lo demás son sinfín. El gran engaño de las religiones, y de la Ciencia misma al servicio del Poder, consiste en que se hace creer a la gente que hay una especia de providencia, es decir, que, en vez de una infinidad de órdenes posibles, hay una ordenación determinada respecto a la cual todas las otras no son más que desórdenes sencillamente, que aspiran a encontrar el Orden reconocido como verdadero.
Primera, por tanto, (o segunda) táctica política para nosotros, los de abajo es la de aprender a negarse a dar alternativas: el Futuro es todo de Ellos, todo él mentira.
Y si en nuestra tarea de destrucción a trancas y barrancas, viene todavía algún prudente varón por detrás a tocarnos en el hombro y a decirnos:
"Pero, vamos a ver, esperad un poco: destruir, es fácil, pero ¿qué vais a poner en el lugar de lo que estáis barriendo?, ¿tenéis alguna alternativa que proponer, algún proyecto de mundo que reemplace al que estáis tan desaprensivamente demoliendo?".
Que es lo que debió de hacer David, cuando estaba volteando la honda, a ver si le acertaba en algún punto sensible a Goliath, y se le acercó una comisión de militantes de la resistencia organizada o de algún sindicato diciéndole "¡Alto, alto! Tú sabes que ese gigante, al que ciertamente todos odiamos, cumple sin embargo en esta tierra unas funciones esenciales, en cuanto que mantiene debidamente amedrentados a los rebeldes sin causa y les hace acogerse al amparo del Poder constituido, y en cuanto que permite a las madres tener a raya a sus críos diciéndoles que viene Goliath, cuando quieren escaparse de la catequesis o ir a robar algún chorizo de carne impura de la casa de los infieles. Así que, entonces, si lo derribas, ¿cómo vamos a remplazarlo? ¿Qué alternativa tienes prevista para que sus funciones, en la sociedad postgoliáthica, se mantengan como Dios manda?".
Pues eso, si nos vienen pidiendo alternativas, un buen corte de mangas y a lo nuestro, a lo que no es mío ni de nadie: de cualquiera, y que no lo sabemos.
Salut!

CRISIS...¿de Fé?

Lo primero  -se lo digo clarito- :  me resbala bastante vuestra “crisis”, pero eso no quiere decir que nos vayamos a callar. Como tanto les oigo cacarearla a los unos y a los otros sirvientes del Dinero, por papeles y pantallas por todo el orbe a troche-moche, escandalizados, me pareció que algo que no se esperaban ustedes se podría decir, por si sirve de algo, porque si se descuidan van a descubrir la verdad de la mentira que les sustentaba: que todos esos números que manejan y les tienen, eran eso: cifras de su fe, su número en la cola para la salvación de sus almitas y –verán-, para que no se lo quiten de encima con meramente tachar al que escribe de loco o ignorante en economías, pues se lo esplico un poco más al detalle. No se lo pierdan, que casi seguro que nunca les van a hablar así de claro acerca de estos líos de la gestión de sus vidas.
Porque de buena táctica para una política de veras es que cuando se vea que los Ejecutivos o Administradores del Capital o Estado y los servidores de los Medios le cogen gusto a un término y dan en usarlo por acá y por allá, empezar a sospechar que ahí se encierra algún truco, tergiversación o disimulo, importante para el Poder, que sólo por la mentira puede sostener la fe que necesita. Y no es que esto de la crisis y el estar en crisis sea cosa de ayer, pero, a lo que oigo por los que se informan de cómo anda el cotarro, está muy al día, ya sea en el pulso económico o ya en debates de políticos.
    ¿Cómo pues no empezar diciendo algo contra las ideas y la Fe que les domina?
A ello vamos: nos han echado encima este imperio del Dinero y apenas se oyen voces contra él.  La religión (esto es, la ideología) hoy es la Economía. Y la política es la economía también. La economía es la economía: el Dinero por todo lo alto. Y nos quieren hacer creer que el dinero no es una idea cuando está claro que el dinero es la ideología por excelencia. Incluso aún hay quien tacha de “materialista” al que se cuida de su negocio y sus dineros! Así que por acá abajo pensamos que lo que verdaderamente y por todo lo alto padecemos es la Religión que está representada por un Dios que es Dinero, realidad de las realidades. ¿Cómo es que el dinero es personal? ¿Cómo es que el dinero, esa forma más avanzada de Dios, cumple también esa condición? Apenas hay más que recordarlo: el dinero es personal. En tiempos en que la moneda era una forma de Dinero, en la moneda estaba la cara del monarca, la cara personal, con sus rasgos, del Emperador o del Rey. Eso era una preparación para lo actual: en la Democracia no hay reyes de verdad, no hay más reyes que la Persona. Que se sigan haciendo moneditas del antiguo régimen sirve para distraer. El Dinero de verdad es ese dinero del que la Persona dispone. Ya podéis ser vosotros muy modestos al estampar vuestra firma en la Banca, pero en la computadora del Banco figura vuestro nombre, y éste representa tales cifras, ya sean rojas o negras, pero en todo caso es vuestro nombre el que vale eso. Valéis eso, y ese dinero, esas cifras, sólo valen en la medida en que son de una persona, en que representan a la Persona. La Persona puede ser, como se sabe, un consorcio o una persona jurídica o lo que sea, pero, en todo caso, una persona. Una persona que puede fácilmente hacer todos los jueguecitos que sabemos: entablar tratos con otras personas, intercambiarse, etc. Una persona que puede jugar en la Bolsa, y, mejor que en la Bolsa todavía, en ese cruce de pantallazos todo alrededor del globo por medio de la Red Informática Universal, que permite estar en siete u ocho bolsas al mismo tiempo y establecer ese juego. Nada de eso se podría hacer si no fueran personas las que costituyen la verdadera esencia del Dinero.
Esto quiere decir que, si el dinero consiste en la Persona, su firma, el crédito de que goza y su firma le atribuye, entonces tenemos unas personas que son cosas, cada una de vuestras almitas personalmente. No es ya sólo aquello tan viejo de “tanto tienes, tanto vales”, sino que vales lo que tienes, y ese eres tú, en cuanto ente real, y no hay otra forma de alma real más que ésa que está representada por la firma y el crédito de que uno goza en la Banca, desde los escalones más bajos a los más altos, que juegan con el Dinero en los mercados de la Red Informática Universal.
   Esa es la condición. Dios subsiste, pués, plenamente, en esta forma más avanzada en el Régimen que hoy padecemos, aunque sigan floreciendo en pleno toda clase de religiones de las viejas. Es por eso por lo que hay que insistir en que esta Religión actual, como las viejas, está sostenida por la Fe. Si se dejara de creer, caería sin más. Lo estáis sosteniendo todos los días en la medida en que creéis, os fiáis de las cifras del crédito, creéis en lo que vuestro capitalito va a rendir al cabo de tres meses o tres años. Como esta condición de la Fe, que en la Banca se llama crédito, de creer, que es la verdadera esencia del Dinero, que es todo Futuro, todo Fe, como esa condición de la Fe es la misma que en las viejas religiones (la Fe en Dios está inmediatamente ligada con la esperanza de la Gloria Eterna), por eso mismo, la necesidad de Fe, es por lo que se llevan tan bien la verdadera Religión del Régimen con los restos de las otras religiones. Es de suma conveniencia para el Poder que sigan conviviendo juntas unas con otras. Evidentemente la nueva Religión alzará sus nuevas catedrales, sus iglesias sucursales y bancos más o menos horripilantes que el Capital levanta por todas partes, pero conservando las viejas catedrales y muchas de las iglesias, y conservará igualmente las formas de culto pasadas de moda. Es una conveniencia. ¿Cómo no se van a llevar bien si, después de todo, todas son formas del mismo Dios, que solamente cambian para seguir manteniendo su imperio? Se llevan muy bien, y distraen mucho, y ésa es la función que cumplen.
   Aprovechando de paso los últimos jueguecitos de los que se dicen “ateos” (o, como dice una buena amiga: “ateistas”) les recuerdo, para que no hagan como si no, por la cuenta que les trae, que es el Dinero la cara de Dios que corresponde al Régimen que padecemos, y nuestra Fe es la Fe en él, que, como en toda religión, no es más que el Futuro. Pues es el Dinero la cosa de las cosas: es la cosa de la que más se habla, de condición sublime o impalpable, por doquiera inmanente o inmiscuido en la vida cotidiana, cuyo hijo unigénito es el Hombre, esto es, el Individuo Personal, que en su nombre y firma pone el alma, o sea la garantía del valor y el poder del Padre en este mundo, es el Juez Supremo, que eleva a los que tienen Fe a una futura Gloria Eterna, y condena a los que han fallado en su Fe a los abismos de la miseria y el tormento. No hay más que observar los  rasgos estremos de Su culto y Su liturgia: es Ése el Dios que ha movido las Conquistas sanguinarias del Globo, la proliferación de las Empresas de la nada, la erección de pirámides y rascacielos de los Estados y la Iglesia sobre millones de esclavos fieles, donde laten enterradas, entre muchas buenas, las palabras de uno que decía «No os preocupéis del día de mañana: el día de mañana cuidará de sí mismo: a cada día con su mal le basta».
Dios sólo tiene distintas caras para ocultar que todas son la misma, y seguir así moviendo las falsas guerras entre una y otra Fe, de las que también Su Capital hace negocio, y el primero el de la Información de los feligreses, que sostiene su Fe en la Historia y el Futuro de la Humanidad y de cada uno.
Ahora, no es cierto, simplemente, que Dios haya tomado entre nosotros la faz más descarada de Dinero, sino que, también al revés, el Dinero no es otra cosa más que Dios; y Dios, como impalpable y falso y siempre-futuro que es, necesita la Fe de las multitudes para no caer en el vacío: sin Fe, no hay Dinero, no hay Dios que siga administrando la muerte y sacrificando vidas al Futuro.
Fijémonos ahora en la tan famosa crisis económica esta, o financiera, que tanto os estará entreteniendo durante estos meses o años: el empeño en que por allá arriba saben; que los Directores de las Bancas, que los Regentes de la Bolsa, que los Ministros de la Hacienda de un sitio o del otro saben de qué se trata, y que por tanto, pues toman medidas, y hacen declaraciones de conciencia del asunto, y dan órdenes destinadas a modificar o paliar la realidad de la supuesta crisis económica.  Bueno, pues supongo que casi ya no hacía falta que yo lo dijera aquí: sospechamos por lo bajo que todo eso es filfa, bambolla; bambolla necesaria para engañar, para entretener, a través de los Medios: ni banqueros, ni financieros, ni ministros tienen miedo de las cosas que dicen que tienen miedo: tienen un miedo mucho más profundo, que es justamente el miedo de descubrir que el Dinero se mueve por sí solo, y que por tanto ellos son unos monigotes. Este es el miedo de verdad. Efectivamente, lo mismo que podemos decir de la producción de pistolas y de automóviles, pero todavía en grado más alto: el Dinero, cosa de las cosas, la cosa por escelencia, tiene naturalmente sus fines en sí mismos; como que está costituído por sus fines, como que no hay Dinero de verdad poderoso más que el Dinero futuro, el que depende justamente de su fin, el que camina a un fin con su Crédito, con su Fe.  Y por tanto, claro está que Él sabe lo que hace, el Capital sabe lo que hace.  Hay un miedo por parte de las personas, y especialmente de las personas ilustres y destacadas, a descubrir que ellos ahí son unos monigotes: que ni saben lo que pasa con la crisis, ni saben de dónde viene, ni saben siquiera qué quiere decir la tal crisis, ni saben las causas por la que ha empezado, ni de los medios por los que se puede cortar, pero que tienen que hacer como que sí: cuanto más es el peligro de descubrir la condición de monigotes de los hombres, tanto más los hombres tienen que apresurarse a sostener lo contrario, y a lucirse mucho, y a sacar muchos nombres y muchas opiniones en el mismo sentido.  Lo que quieren hacer creer es que estamos en un trance decisivo, en el que la marcha de las finanzas y la consiguiente gestión de nuestras vidas toca un máximo de peligro que, una vez superado, permita que las cosas sigan progresando normalmente.
 Tal es la doble función política de la crisis: por un lado, entretener al personal alarmándolo un tanto con algo que pueda amenazar a la Administración y a su ordenada felicidad, esto es, llenar el tiempo vacío, el aburrimiento que cría la fe en el Futuro y en que no puede hacerse más que lo que ya está de antemano hecho; y eso, por otro lado, con la sugerencia de que es sólo una crisis, tras la cual, ya pasada, vuelva la normalidad, que por el pasajero peligro se habrá hecho más amada de los fieles.
    Pero ‘crisis’ también quería decir ‘juicio’; y los ejecutivos de Dios, dispuestos a contar futuros y a que Estado y Capital pasen cualesquiera crisis y avatares, menos la última crisis o Juicio Final, no saben que la mentira se juzga y condena a sí misma, y consigo condena a los “fabricantes y atestiguadores de falsedades” a una crisis definitiva.
A mí, como a cualquiera, en nada me va todo esto de los Medios acerca de crisis. No me toca, no siento nada, pero, eso sí, ¡cómo de cargante el darse cuenta de que los prójimos se lo tragan y se creen que algo decisivo está pasando! Ese es el miedo de los que creen que tienen algo que perder. Nosotros por acá abajo nos desentendemos sin más de entretenernos más con sus crisis.

17/2/10

Psicoanálisis de las cosas o Física negativa


El Psicoanálisis está domesticado, y ya desde el propio invento de Freud lo estaba. Es decir, que se evita que sea de verdad interminable precisamente porque el deshacerse del Alma se detiene en separar el Yo, el Superyo, y algo más, y esto de "hacer partes", es interrumpir el análisis, interrumpir la disolución.  
 Es un análisis domesticado, y aquí naturalmente usamos el término como si no hubiera estado domesticado, como si quisiera seguir presentando en la disolución interminable de uno mismo la imagen que nos revela lo que pasa también con las cosas, con el deshacerse de las cosas, es decir, con el Psicoanálisis convirtiéndose así en una Física negativa.
[...]


29/4/09

Un soliloquio nuevo

ccxv

Como mis años se van, a buena cuenta, acabando
y cada vez sé menos qué es lo que me ha pasado,
me quiero hablar a mí mismo, a ver si nos aclaramos
el uno, el otro o quien sea el que habla y al que le hablo.
Bien pueden salirme del pecho y aun asomarme a los labios
y hasta escurrir por la pluma o cantar por teclas a ratos
de máquina de escribir los dos o más o los tantos
que haya en mí, que ninguno tendrá, confío, el descaro
de pretender ser yo de verdad. ¿No estamos acaso
hartos de hablar uno y otro, y decirnos y preguntarnos
y maldecirnos a veces el uno al otro? Pues vamos,
déjate hablar: pueblo somos y pueblo es nuestro dïálogo,
¿verdad? Ya sé que esta lengua en la que estamos hablando
es un idioma, una lengua entre lenguas, y por lo tanto
no es la lengua común; pero, dejándote, al paso,
hablar como sin saber, puede ser que demos con algo
no propio de nadie; adelante, y que no me importe ni rábano
saber por dónde empezar: cuando éramos un muchacho,
sí te creías que había que preparar con cuidado
el plan de la pieza o función, para luego desarrollarlo;
pero, ay, que tanto la vida nos ha batido y breado
que ya, si una vez, y entre público a más, a hablar nos echamos
sin casi saber qué va a ser, resulta que, por milagro,
todo nos sale en un orden de sobra lúcido y claro,
que, puesto que yo no lo rijo y a mí me asombra, por tanto
debe de ser el orden que ello andaba buscando.
No es fácil dejarse hablar, y a fe que cuesta trabajo
no trabajar; pero eso es el arte, y tú sabes por bajo
que tú no eres tú: una máquina ciega está palpitando
en tus corazones o míos o los de Fulano y Zutano;
y, si al hacer lo que sea me empeño en ser yo el que lo hago,
no hago sino estorbar, ¡Quitad de ahí ya, poetastros
igual que Dios creadores, igual de vanos y falsos!

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