20/10/08

Mairena contra el Tiempo

XXXV (Diálogo de Juan de Mairena)

—Nuestras inquietudes están, al parecer, dispuestas en nuestra alma como las balas de un rifle. Hay una, siempre, la que más nos preocupa, en el disparador, y otras que irán ocu­pando su lugar sucesiva y automáticamente. Para los hombres de acción no hay, prácticamente, más que una: la que está dis­puesta a dispararse. Los hombres reflexivos tienen una vaga conciencia de toda la serie, una serie acaso inagotable.

—Sí, dice V. bien, una serie inagotable; por lo menos que no se agota mientras vive el hombre. Pero no hablemos de in­quietudes en serie: son infinitas, como el tiempo mismo, sino de la angustia por no poder dispararlas todas de una vez. ¿Us­ted no ha reparado en lo terrible que es aguardar a que las co­sas lleguen o a que se hagan? Los que, humanitariamente, han logrado suprimir o acortar la capilla de los condenados a pena capital, comprendían muy bien que obligar a un hombre a es­perar la muerte es más cruel que matarlo. Es el tiempo, el tiempo lo que nos mata, y el tiempo es la espera. Esperar a morir, aguardar la cocción de un huevo, la disolución de un panal en el agua. Entre un hecho y otro hay un intervalo va­cío, o que lo parece, y ése es el que nos mata.

—Tiempo vacío, dice Vd., pero... ¿hay tiempo vacío?

—Lo hay, prácticamente, para el hombre: el hombre es el gran vaciador del tiempo. Cuando esperamos algo vaciamos el tiempo, nos desentendemos, nos inhibimos, desentendemos a cuanto pasa antes de lo esperado, quisiéramos saltar sobre ello, lo colocamos entre paréntesis ¡qué sé yo! Pero el tiempo mismo nunca puede ser eliminado. A veces nos encontramos a solas con él; entonces nos silban los oídos y nos parece que oí­mos la melodía infinita del tiempo. Esto pensaba yo cuando era niño, encerrado, por alguna diablura, en un cuarto oscuro, mientras esperaba a que abriesen la puerta.


XXXVI Canciones de Mairena


El niño está en el cuarto escuro

donde su madre lo encerró;

es el poeta puro

que canta: ¡el tiempo, el tiempo y yo!

(continuará)


XXXVII

En efecto, Juan de Mairena hubiera definido la poesía pura como aquella en que dialogan el hombre y su tiempo. Un hom­bre de todos los tiempos, con el tiempo de un hombre igual, a todos los hombres.

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